Yo voy al mercado

No soy ama de casa y tampoco soy madre, así que nunca he tenido que enfrentarme a la rutina de cocinar dos veces al día, entre otras cosas porque mi trabajo me obliga a comer fuera de casa. Esto tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, entre las buenas se me ocurren dos: te quitas trabajo y parece que tienes más libertad y entre las malas se me ocurren otras dos: aprendes a cocinar mucho más lentamente y la comida que comes fuera de casa acaba no sentándote demasiado bien.
Ahora bien, en este último año he decidido dar un pequeño paso y cambiar un poco mi forma de vida: Pregunte en mi empresa si existía la posibilidad de trabajar algún día que otro desde casa. Como soy una persona bastante responsable con mi trabajo les pareció buena idea. Ese fue el principio del cambio.
En un primer momento gane en tiempo para mi, ya no tenía que madrugar tanto y al finalizar mi jornada a eso de las seis, ya estaba en casa, ¡bien!.
Al poco tiempo comencé a sentirme menos cansada: después de mis ocho horas de trabajo aún me quedaba energía, algo nuevo… y encima tenía toda la tarde por delante, mmmm
Una de esas tardes me apetecía cocinar, pero como siempre en mi nevera sólo encontré el eco de la puerta al abrirse. Cogí mis dos bolsas de la compra, porque hace mucho que ya no uso plástico y me fui al supermercado. De camino a éste pase delante de la galería de alimentación que curiosamente estaba abierta. Digo curiosamente, no porque nunca abra, sino porque normalmente y gracias a mis horarios de mierda (con perdón) me la encontraba cerrada.
Decidí entrar. Bajé las escalerillas de acceso y para mi sorpresa me encontre con que el 80 % de los puestos estaban cerrados. ¡Qué imagen mas triste! Parecía un gran mercado y seguro que en su momento de apogeo estaba lleno de vida y colores, todos los puestos abiertos, los ‘tenderos’ cantando su mercancía, los ‘quien da la vez’, la cafetería poniendo cafés en vaso largo, en taza, carajillos… Ahora la galería está bastante oscura excepto seis o siete puestos iluminados y hasta puede leerse un cartel que reza algo parecido a ‘Se alquila bar-cafetería en el mercado’.
Después de comprar ese día llegue a varias conclusiones:
1. Es genial tratar con un frutero. Soy bastante sociable y esto ha sido todo un cambio después de pasar toda mi vida en el supermercado en el que únicamente dices ‘Hola, buenos días’ a un cajero o una cajera que solo te saluda cuando el anterior cliente se ha marchado y nunca antes.
2. El dinero que dejo en el supermercado sirve para pagar los miseros sueldos, pero sueldos al fin y al cabo, de los transportistas, cajeros y empleados en general del grupo. Pero sobre todo  sirve para que sólo unos pocos vivan comiendo langostas y bebiendo champagne.
3. El dinero que dejo en el mercado va directamente a una familia, que además lo tiene muy complicado gracias a los supermercados de alrededor.
4. Comprar en el mercado me sale más caro que comprar en el supermercado. Esta claro que no pueden conseguir las mismas tarifas de los proveedores y por eso, el negocio local en general ha ido cerrando sus puertas frente a gigantes que ofrecen precios más asequibles y horarios mas amplios.
Pero mi más definitiva conclusión fue que a partir de ahora y mientras esté en condición de hacerlo no volveré a pisar un supermercado para comprar productos frescos. Esta va a ser mi aportación a las familias que trabajan en el mercado de la calle Fuencarral, entre la glorieta de Bilbao y la glorieta de Quevedo.

Y mas adelante, os contaré de que otra manera cambio mi vida en lo referente a la comida

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