Leyendo ahora mismo el episodio de la batalla de Trafalgar del grandisimo Galdos, siento muy profundo el dolor de la guerra.
Me pongo en el lugar de esos hombres que ven como todo se desmorona a su alrededor y aún conociendo su aciago futuro, no cejan en su desempeño. Concentrados en la lucha y en su propia supervivencia, ven caer a su alrededor a compañeros, algunos muy queridos, sin permitirse despedidas, sin tiempo para sentir la pérdida, porque la lucha continúa, aunque la sepan perdida.
Contendientes de ambos lados, vencedores y vencidos, lamentan por igual las vidas sesgadas de propios y enemigos. Hombres valientes, hombres de gran valía son sacrificados sin sentido por figuras sentadas tan alto que bien podrían ser dioses. ¡Que poco vale la vida ajena del que decide la guerra!